Por Damián Alifa
Desde su residencia
en Ciudad de México el poeta Octavio Paz escribía un conjunto de ensayos
políticos que se compilarían bajo el sugerente título de El Ogro Filantrópico.
Se trató de una aguda crítica intelectual a la sociedad mexicana, a su clase
política y un verdadero ejercicio de abjuración de sus propios dogmas e
imposturas pasadas. Para esa fecha, comenzaba a asomarse la transición
española, proceso que Paz vivió intensamente y que marcó su pensamiento
político. Para entonces también, algunos sectores de la izquierda, incluyéndolo
a él, comenzaban a deslindarse del autoritarismo soviético y a reconciliarse
con el paradigma de una alternativa democrática. No obstante, México parecía
ser ajeno a todo este clima renovador.
El Partido
Institucional Revolucionario (PRI) llevaba 36 años ininterrumpidos en el poder
y no se avizoraba un cambio político en el corto plazo. Cuatro años antes,
había ocurrido la masacre del Jueves de Corpus, donde un grupo paramilitar
afiliado al PRI, había asesinado a 120 estudiantes que protestaban contra el
gobierno. Aún continuaba viva la sombra de la masacre de Masacre de Tlatelolco
del 68, otra protesta estudiantil aplacada a tiros, esa vez por fuerzas
militares y policiales. El PRI se
ahogaba entre denuncias de violación de DDHH, corrupción y control autoritario.
En las elecciones
federales de 1970 el PRI había reafirmado su hegemonía total sobre México. El
presidente Luis Echeverría había alcanzado el 86% de los votos y el PRI
controlaba el 79% de los diputados y el 80% de los senadores. Echeverría llegó
al poder haciendo llamados al diálogo y a una reforma política pluralista, sin
embargo, la mayoría de la oposición consideraba que esta invitación no era
sincera y fue renuente a participar.
Por otra parte, la
situación de la oposición mexicana era realmente desalentadora y así lo
reflejaba amargamente Octavio Paz:
“El PAN ha sido el eterno derrotado en las
elecciones, aunque no siempre legalmente (…) ni el PAN ni ninguno de los otros
grupos de oposición, de derecha o izquierda, han sido capaces de organizar un
momento de resistencia nacional. El descontento del pueblo no se ha expresado
en formas políticas activas sino como abstención y escepticismo. Hoy el régimen
busca una nueva legalidad en el pluralismo y en esto reside la novedad de la
situación. La crisis del sistema político no ha beneficiado al PAN, que no ha
podido capitalizar el descontento contra el partido oficial. Al contrario: hoy
el PAN es más débil que hace quince años”
Sobre la oposición de
izquierda, Octavio Paz no fue más condescendiente, pues consideraba que el
Partido Comunista de México era tan solo una “minúscula orquesta de ranas y
grillos que toca una delirante musiquita en las afueras de la realidad”. La
ausencia de alternativas y el omnipotente PRI hacían que la esperanza de un
cambio político luciera lejana. Como bien recordaba el poeta mexicano, el PRI
“no era un partido político que había conquistado el poder, sino que era un
brazo político del poder”, en fin, la perfecta representación del Ogro
filantrópico, que Paz usó como peculiar metáfora, aludiendo al Partido-Estado
que se había adueñado de México.
A pesar del tono áspero
que el entonces futuro premio Nobel hizo en su escrito no figuraba en él una
posición derrotista. Al final de uno de sus ensayos sentenció que el cambio
político mexicano “exige aparte de circunstancias históricas y sociales
favorables, un extraordinario realismo y
una imaginación no menos extraordinaria”. La “imaginación política” en los
términos que expresó Octavio Paz no equivalía a ilusiones, quimeras o sueños.
Era una imaginación cargada de realismo práctico, por ello condenó las aventuras
terroristas y extremistas de algunos grupos opositores: “la violencia
terrorista no es un lenguaje sino un grito, quiero decir, no es una solución
sino es el tiro por la culata de la desesperación”.
Por el contrario, la
imaginación política que proponía suponía un llamado a una enorme renovación
dentro de la oposición mexicana:
“Para hablar con los demás, debemos aprender
primero a hablar con nosotros mismos. Los grupos que desean el cambio en México
deberían empezar por autodemocratizarse, es decir, por introducir el debate y
la crítica en el seno de sus propias organizaciones. Y más: deberían examinarse
a sí mismos y hacer la crítica de sus actitudes e ideologías. Entre nosotros
abundan los teólogos soberbios y los fanáticos obtusos: los dogmas petrifican.
La regeneración solo será posible si se pone entre paréntesis muchas fórmulas,
y se oye humildemente lo que tiene que decir México. Entonces se recobrará la
imaginación política”.
Los llamados a
construir una “gran alianza popular” y redemocratizar a la oposición mexicana
están presentes permanentemente en los diferentes ensayos, intervenciones
públicas y artículos de Paz. Como es bien sabido, la transición política
mexicana concluyó al menos veinte años después de publicada la obra y fue un
largo y espinoso camino. Las reformas políticas de Echeverría fueron sumamente
tímidas y no afectaron en lo concreto la hegemonía del PRI. Fue hasta el gobierno de Carlos Salinas de
Gortari (1988) en donde se pudieron introducir cambios significativos, hasta
concretarse progresivamente la salida del PRI del poder en el año 2000.
Ahora bien, muchos
estudiosos de la transición mexicana señalan que el terremoto de 1985, que
ocasionó grandes pérdidas humanas y materiales, fue también un verdadero sismo
en el imaginario colectivo mexicano. Se desencadenó un gran movimiento de
solidaridad ciudadana, redes de apoyo interpersonal y revitalización de la
conciencia nacional. El cronista mexicano Carlos Monsiváis narraba la
excepcionalidad de este acontecimiento de esta manera: “la respuesta solidaria
es también emergencia política, desobediencia racional, fe en las resonancias
del impulso comunitario, y no exagero si califico a la gran vivencia de sensación
utópica”.
La solidaridad ciudadana fue el impulso de
renovación de la vida del país y el preámbulo de una redemocratización de la
esfera política. En buena medida, fue un ejercicio de imaginación ciudadana ante
un desastre natural y un ejercicio de presión democrática. Asimismo, buena parte de la literatura sobre
México coincide con que 1988 comienza un proceso de renovación de gremios,
sindicatos, federaciones y partidos políticos de oposición. El tiempo le dio la
razón al viejo Octavio Paz, aunque no pudiera llegar a ver el final del proceso
de cambio político en el país, pues falleció en 1998.
El México de hoy no
es un paraíso, aun se enfrenta a viejos problemas mientras emergen nuevos. La
masacre de Ayotzinapa, los carteles de la droga o el populismo son solo algunos
de los desafíos que hoy tiene esa nación. Sin embargo, la renovación y cambio
político ayudaron a que la sociedad se moviera, se transformara, se inquietara
y buscara soluciones. Ahora bien, ¿Por qué escribir hoy sobre un libro
publicado hace casi medio siglo?, ¿Qué sentido tiene reflexionar sobre una
realidad tan lejana a nosotros como la del México de finales del siglo XX? Tal
vez se trate de ociosas disquisiciones, o tal vez, como dijera Octavio Paz,
estoy tratando de “interrogar a los fantasmas del pasado en búsquedas de
respuestas” que puedan servirnos de referente para nuestro presente…
Twitter: @AlifaDamian
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